Parte II
Por Arnulfo Arteaga Realpe
Enviado Especial
El museo de Pablo Escobar
Lo primero que hicimos en Medellín, fue tomar un taxi y decirle al taxista que nos llevara al museo de Pablo Escobar, cuya dirección ignorábamos pero que en esta ciudad todo el mundo la conoce.
El taxista nos dejó en las afueras, por lo cual tuvimos que caminar un largo trecho subiendo una cuesta rodeada de árboles, hasta que llegamos a una gigantesca puerta metálica que tenía una foto de la Hacienda Nápoles, que fue propiedad de Pablo Escobar. Alguien la abrió y preguntó quiénes éramos, y en seguida nos hicieron entrar. Primero nos encontramos con una tienda atestada de narco-souvenirs de Escobar, como si se tratara de reliquias de un santo o de alguna Virgen milagrosa. Dentro de una vitrina había unos ejemplares de libros que se habían escrito sobre el capo, pero con precios exorbitantes, como decir, por ejemplo, seis veces más caros que los libros del propio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Preguntamos su valor, y Nicolás, el sobrino de Escobar que es el que atendía el negocio, nos dijo que cada ejemplar valía $260 mil pesos, es decir, casi cien dólares cada uno.
Tratamos de tomar una foto a la tienda, pero Nicolás nos lo impidió, alegando que primero teníamos que comprar la entrada a la casa-museo, cuyo precio también era exagerado, pues valía un equivalente a US30 dólares por persona. “Cuando me compre el boleto, no solo puede tomar fotos donde quiera, sino que hasta puedo hacerme tomar una foto con usted”, nos dijo con arrogancia, como si se tratara de cualquier celebridad.
Empezamos el narco-tour, teniendo como guía a un gordiflón cubano quien nos dijo que también había sido narcotraficante. Lo primero que nos advirtió fue que al final del narco-tour le diéramos una propina. “La cantidad es voluntaria, no se preocupen”, nos dijo.
A la entrada está la moto Harley-Davidson que, según el guía, perteneció al famoso actor James Bond, conocido como el Agente 007, y que se la regaló a Escobar cuando éste le ofreció comprársela. Al lado también aparece la moto acuática que usaba el capo en uno de los lagos de su excéntrica Hacienda Nápoles, y que solía utilizar no solo con su familia, sino también cuando lo visitaban personajes, como el ex-parlamentario, Alberto Santofimio Botero (preso), el ex-presidente peruano, Alberto Fujimori, y muchos otros. La hacienda, que queda a tres horas de Medellín, y que fue confiscada por el gobierno colombiano, y donde Escobar tenía toda clase de animales exóticos, también es una atracción turística.
Ya adentro del museo, pudimos ver muchas fotos de sus familiares, entre ellas, las de su madre, Hermilda de los Dolores Gaviria, y su padre, Abel de Jesús Escobar, quien también fue un hábil y curtido contrabandista de licores, pues usaba hasta los huevos de gallina para inyectarles el licor adulterado y así poder burlar a las autoridades.
En la casa-museo, pocos días antes de que lo cerraran, también había fotos de la metamorfosis delictiva que había sufrido Escobar, desde cuando era adolescente y se dedicaba al robo de carros, que después los vendía por partes a los talleres de mecánica. En esa época el capo tenía unos 19 años, y fue cuando lanzó su primer desafío: “Si a los 30 años no soy millonario, me suicido”. Algo que cumplió a cabalidad, pero de la manera más tenebrosa. También encontramos dos bicicletas de carrera que pertenecieron a “El Osito”, hermano mayor de Escobar, quien fue un reconocido ciclista, pues fue coequipero de nada menos que de “Cochise” Rodríguez, uno de los grandes ciclistas de Colombia. Fue en aquella época donde el hermano de Escobar fue bautizado como “El Osito”, y ocurrió cuando en una de sus carreras llegó embadurnado de lodo y el locutor dijo que llegaba a la meta un corredor pero que por el lodo que llevaba no se lo podía reconocer. “Parece un osito”, dijo el locutor a la radioaudiencia. Y así fue como Roberto quedó bautizado como “El Osito”, quien, por otra parte, quedó casi ciego por un paquete- bomba que le explotó en la cara cuando se encontraba preso en la cárcel de Itaguí.
En seguida nos llevó el guía donde había un cartel pegado a la pared, de los que colocaban las autoridades en las principales ciudades de Colombia y donde anunciaban que pagaban cinco millones de dólares a quien diera información que condujera a la captura de Escobar y sus compinches. La foto del capo encabezaba el cartel, y a su lado, había un espacio en blanco. “Si alguno de ustedes quiere – nos dijo el guía señalando con el índice el espacio en blanco – nosotros le podemos tomar una foto y se la colocamos aquí, al lado del Patrón para que se lleven un buen recuerdo. El valor es de cien dólares”. Eso era lo que cobraban por el “honor”, de aparecer al lado del narco-criminal, que en aquella época ya era el hombre más buscado del mundo.
La casa-museo no es grande, pues se trata de una propiedad como cualquiera, que se la puede recorrer en 45 minutos. Y su fundador y dueño es “El Osito”. También conocimos un escritorio-caleta, que tiene más de diez escondrijos y el cual usaba Escobar para esconder pistolas, piedras preciosas y documentos secretos. En el mismo cuarto había también una cómoda de madera que era manejada electrónicamente y en la cual se escondía Escobar cuando sus cámaras de vigilancia le anunciaban que se acercaban a la casa personas sospechosas, que podían ser policías o militares encubiertos.
Terminado el narco-tour, lo primero que hizo el guía fue cobrarnos la propina en forma insistente porque, según él, tenía que marcharse para su casa. Como no teníamos sencillo, recurrimos a Nicolás, el hombre de la tienda, para pedirle el favor de que nos descambiara un billete para pagarle la propina al cubano, que nos tenía locos acosándonos, pues hubo un momento en que nos hizo sentir como si nos estuviera atracando. Finalmente el billete no pudimos descambiarlo porque, al parecer, allí lo tenían todo “fríamente calculado” para sacarle plata al turista. Pues, Nicolás nos dijo que allí no se descambiaba dinero, y como en esos lados no había ninguna otra parte donde descambiarlo, tuvimos que darle al cubano una substanciosa suma ya que se nos pegó como una garrapata y no nos dejaba dar un paso hasta tanto no le pagáramos su propina. Próxima edición: La tumba de Escobar y la de “La Viuda Negra”.